Escrito de San Irineo del año 190 despues de Cristo
La Tradición Apostólica
Nosotros no hemos conocido la Economía de nuestra salvación,
sino por aquellos a través de los cuales el Evangelio ha llegado hasta nosotros:
ellos primero lo proclamaron,
después por voluntad de Dios nos lo transmitieron por escrito
para que fuese «columna y fundamento»de nuestra fe. (1 Tim 3,15)
Y no es justo afirmar que ellos predicaron
antes de tener «el conocimiento perfecto»
como algunos se atreven a decir gloriándose de corregir a los Apóstoles.
Pues una vez resucitado de entre los muertos
los revistió con la virtud del Espíritu Santo (Hech 1,5
que vino de lo alto (Lc 24,49);
ellos quedaron llenos de todo y recibieron «el perfecto conocimiento»
Luego partieron hasta los confines de la tierra
(Sal 19,5; Rom 10,18; Hech 1,-8
a fin de llevar como Buena Nueva todos los bienes que Dios nos da
(Is 52,7; Rom 10,15),
y para anunciar a todos los hombres la paz del cielo (Lc 2,13-14);
tenían todos y cada uno el Evangelio de Dios
(Rom 1,1; 15,16; 2 Cor 11,7; 1 Tes 2,2.8.9; 1 Pe 4,17).
Los evangelistas: su doctrina básica
Mateo, que predicó a los Hebreos en su propia lengua,
también puso por escrito el Evangelio,
cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia.
Una vez que éstos murieron,
Marcos, discípulo e intérprete de Pedro,
también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro.
Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro
«el Evangelio que éste predicaba» (1 Tes 2,9; Gál 2,2; 2 Tim 2-8 .
Por fin Juan, el discípulo del Señor
«que se había recostado sobre su pecho» (Jn 21,20; 13,23),
redactó el Evangelio cuando residía en Efeso .
Y todos ellos nos han transmitido
a un solo Dios Creador del cielo y de la tierra
anunciado por la Ley y los profetas, y a un solo Cristo Hijo de Dios .
Pero si alguien no está de acuerdo con ellos,
desprecia por cierto a quienes han tenido parte con el Señor (Heb 3,4),
desprecia al mismo Cristo Señor y aun al Padre (Lc 10,16),
y se condena a sí mismo (Tt 3,11),
porque resiste (2 Tim 2,25) a su salvación,
cosa que hacen todos los herejes.
Los herejes ante la Escritura y la Tradición
Porque al usar las Escrituras para argumentar,
la convierten en fiscal de las Escrituras mismas,
acusándolas o de no decir las cosas rectamente o de no tener autoridad,
y de narrar las cosas de diversos modos:
no se puede en ellas descubrir la verdad si no se conoce la Tradición.
Porque, según dicen, no se trasmitiría la verdad por ellas sino de viva voz,
por lo cual Pablo habría dicho:
«Hablamos de la sabiduría entre los perfectos,
sabiduría que no es de este mundo» (1 Cor 2,6) .
Y cada uno de ellos pretende que esta sabiduría es la que él ha encontrado,
es decir una ficción,
de modo que la verdad se hallaría dignamente unas veces en Valentín,
otras en Marción, otras en Cerinto,
finalmente estaría en Basílides o en quien disputa contra él,
que nada pudo decir de salvífico.
Pues cada uno de éstos está tan pervertido
que no se avergüenza de predicarse a sí mismo (2 Cor 4,5)
depravando la Regla de la Verdad.
Cuando nosotros los atacamos con la Tradición
que la Iglesia custodia a partir de los Apóstoles
por la sucesión de los presbíteros,
se ponen contra la Tradición diciendo que tienen no sólo presbíteros
sino también apóstoles más sabios que han encontrado la verdad sincera:
porque los Apóstoles segun dicen ellos
«habrían mezclado lo que pertenece a la Ley con las palabras del Salvador»;
y no solamente los Apóstoles,
sino «el mismo Señor habría predicado otras cosas, e
n cambio ellos conocerían «el misterio escondido» (Ef 3,9; Col 1,26),
indubitable, incontaminado y sincero:
esto no es sino blasfemar contra su Creador.
Y terminan por no estar de acuerdo ni con la Tradición ni con las Escrituras.
Contra ellos luchamos,
aunque ellos tratan de huir como serpientes resbaladizas.
Por eso es necesario resistirles por todos los medios,
por si acaso podemos atraer a algunos a convertirse a la verdad,
confundidos por la refutación .
Cierto, no es fácil apartar a un alma presa del error,
pero no es del todo imposible huir del error cuando se presenta la verdad.
Los sucesores de los Apóstoles
Para todos aquellos que quieran ver la verdad,
la Tradición de los Apóstoles ha sido manifestada al universo
en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos
que en la Iglesia han sido constituidos obispos
y sucesores de los Apóstoles hasta nosotros,
los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos deliran
Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido desde arriba
«misterios recónditos», en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos,
sobre todo los habrían confiado a aquellos
a quienes encargaban las Iglesias mismas.
Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores
fuesen en todo «perfectos e irreprochables» (1 Tim 3,2; Tt 1,6-7),
para encomendarles el magisterio en lugar suyo:
si obraban correctamente se seguiría grande utilidad,
pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad.
Sucesión de los obispos de Roma
Pero como sería demasiado largo enumerar
las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen,
indicaremos sobre todo las de las más antigua y de todos conocida,
la de la Iglesia fundada y constituida en Roma
por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo,
la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada»
(Rom 1,7-9
a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros.
Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro,
o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera
o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos.
Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia,
cuya fundación es la más garantizada -
me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-,
porque en ella todos los que se encuentran en todas partes
han conservado la Tradición apostólica .
Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los santos Apóstoles,
entregaron el servicio del episcopado a Lino:
a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo (2 Tim 4,21).
Anacleto lo sucedió.
Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles,
Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los santos Apóstoles
y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación
y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo,
porque aún vivían entonces muchos de los Apóstoles
que habían recibido la doctrina.
En tiempo de este mismo Clemente
suscitándose una disensión no pequeña
entre los hermanos que estaban en Corinto,
la Iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los Corintos,
para congregarlos en la paz y reparar su fe,
y para anunciarles la Tradición
que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles,
anunciándoles a un solo Dios Soberano universal,
Creador del Cielo y de la tierra (Gén 1,1),
Creador del hombre (Gén 2, 7),
que hizo venir el diluvio(Gén 6,17),
y llamó a Abraham (Gén 12,1),
que sacó al pueblo de la tierra de Egipto (Ex 3,10),
que habló con Moisés (Ex 3,4s),
que dispuso la Ley (Ex 20,1s),
que envió a los profetas (Is 6,8; Jer 1,7; Ez 2,3),
que preparó el fuego para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41).
La Iglesia anuncia a éste
como el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
a partir de la Escritura misma, para que, quienes quieran,
puedan aprender y entender la Tradición apostólica de la Iglesia,
ya que esta carta es más antigua que quienes ahora enseñan falsamente
y mienten sobre el Hacedor de todas las cosas que existen.
A Clemente sucedió Evaristo,
a Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles,
fue constituido Sixto.
En seguida Telésforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio;
siguió Higinio, después Pío, después Aniceto.
Habiendo Sotero sucedido a Aniceto,
en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los Apóstoles.
Por este orden y sucesión ha llegado hasta nosotros la Tradición
que inició de los Apóstoles.
Y esto muestra plenamente que la única y misma fe vivificadora
que viene de los Apóstoles ha sido conservada y transmitida
en la Iglesia hasta hoy.
Policarpo, obispo de Esmirna
Policarpo no sólo fue educado por los Apóstoles
y trató con muchos de aquellos que vieron a nuestro Señor,
sino también por los Apóstoles en Asia
fue constituido obispo de la Iglesia en Esmirna;
a él lo vimos en nuestra edad primera, mucho tiempo vivió,
y ya muy viejo, sufriendo el martirio de modo muy noble y glorioso,
salió de esta vida.
Enseñó siempre lo que había aprendido de los Apóstoles,
lo mismo que transmite la Iglesia, las únicas cosas verdaderas.
De esto dan testimonio todas las iglesias del Asia
y los sucesores de Policarpo hasta el día de hoy.
Este hombre tiene mucha mayor autoridad
y es más fiel testigo de la verdad que Valentín, Marción
y todos los demás que sostienen doctrinas perversas.
Este obispo viajó a Roma cuando la presidía Aniceto,
y convirtió a la Iglesia de Dios
a muchos de los herejes de los que hemos hablado,
anunciando la sola y única verdad recibida de los Apóstoles
que la Iglesia ha transmitido.
Algunos le oyeron contar que Juan, el discípulo del Señor,
habiendo ido a los baños en Efeso,
divisó en el interior a Cerinto.
Entonces prefirió salir sin haberse bañado, diciendo:
«Vayámonos, no se vayan a venir abajo los baños,
porque está adentro Cerinto, el enemigo de la verdad».
Y del mismo Policarpo se dice que una vez se encontró a Marción,
y éste le dijo: «¿Me conoces?»
El le respondió: «Te conozco, primogénito de Satanás».
Es que los Apóstoles y sus discípulos tenían tal reverencia,
que no querían dirigir ni siquiera una mínima palabra
a aquellos que adulteran la verdad, como dice San Pablo:
«Después de una o dos advertencias, evita al hereje,
viendo que él mismo se condena y peca sosteniendo una mala doctrina»
(Tt 3,10-11).
También existe una muy valiosa Carta de Policarpo a los Filipenses,
en la cual pueden aprender los detalles de su fe
y el anuncio de la verdad quienes quieran preocuparse de su salvación
y saber sobre ella.
Finalmente la Iglesia de Efeso, que Pablo fundó
y en la cual Juan permaneció hasta el tiempo del emperador Trajano,
es también testigo de la Tradición apostólica verdadera.
La universal Regla de la Verdad
Siendo, pues, tantos los testimonios, y
a no es preciso buscar en otros la verdad
que tan fácil es recibir de la Iglesia,
ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en un rico almacén,
todo lo referente a la verdad, a fin de que
«cuantos lo quieran saquen de ella el agua de la vida» (Ap 22,17).
Esta es la entrada a la vida.
«Todos los demás son ladrones y bandidos» (Jn 10,1.8-9).
Por eso es necesario evitarlos,
y en cambio amar con todo afecto cuanto pertenece a la Iglesia
y mantener la Tradición de la verdad.
Entonces, si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima,
¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas,
en las cuales los Apóstoles vivieron,
a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión,
lo que es más claro y seguro?
Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos,
¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición
que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias?
Muchos pueblos bárbaros dan su asentimiento a esta ordenación,
y creen en Cristo, sin papel ni tinta (2 Jn 12)
en su corazón tienen escrita la salvación por el Espíritu Santo (2 Cor 3,3),
los cuales con cuidado guardan la vieja Tradición,
creyendo en un solo Dios Creador del cielo y de la tierra
y de todo cuanto se encuentra en ellos
(Ex 20,11; Sal 145,6; Hech 4,24; 14,15),
y en Jesucristo su Hijo, el cual, movido por su eminentísimo amor
por la obra que creò (Ef 3,19),
se sometió a ser concebido de una Virgen,
uniendo en sí mismo al hombre y a Dios.
Sufrió bajo Poncio Pilato, resucitó y fue recibido en la luz (1 Tim 3,16).
De nuevo vendrá en la gloria (Mt 16,27; 24,30; 25,31)
como Salvador de todos los que se salvan
y como Juez de los que son juzgados,
para enviar al fuego eterno (Mt 25,41)
a quienes desfiguran su verdad y desprecian a su Padre y su venida.
Cuantos sin letras creyeron en esta fe,
son bárbaros según nuestro modo de hablar;
pero en cuanto a su juicio, costumbres y modo de vivir,
son por la fe sapientísimos y agradan a Dios,
al vivir con toda justicia, castidad y sabiduría.
Si alguien se atreviese a predicarles lo que los herejes han inventado,
hablándoles en su propia lengua,
ellos de inmediato cerrarían los oídos y huirían muy lejos,
pues ni siquiera se atreverían a oír la predicación blasfema.
De este modo, debido a la antigua Tradición apostólica,
ni siquiera les viene en mente admitir razonamientos tan monstruosos.
El hecho es que, entre ellos (los herejes)
no se encuentra ni iglesia ni doctrina instituida.
Hace poco se han separado los herejes
Porque antes de Valentín no hubo valentinianos,
ni antes de Marción marcionitas.
No existían en absoluto las demás doctrinas perversas
que arriba describimos, antes de que sus iniciadores
inventaran tales perversidades.
Pues Valentín vino a Roma durante Higinio,
se desarrolló en el tiempo de Pío y permaneció ahí hasta Aniceto.
Cerdón, antecesor de Marción, fue a Roma con frecuencia
cuando Higinio era el octavo obispo de la ciudad,
hacía penitencia pública, pero al fin acababa del mismo modo:
unas veces enseñaba en privado, otras veces se arrepentía,
hasta que finalmente, habiéndole refutado algunos
las cosas erróneas que predicaba,
acabó enteramente alejado de la comunidad de los creyentes.
Marción, su sucesor, destacó en tiempo de Aniceto, el décimo obispo.
Los demás gnósticos, como ya expusimos,
sacaron sus principios de Menandro, discípulo de Simón.
Cada uno de ellos primero recibió una enseñanza,
luego se convirtió en su padre y jefe de grupo.
Todos éstos se levantaron en su apostasía contra la Iglesia,
mucho tiempo después haber sido constituida
Escrito por San Irineo de Lion
Año 190 despues de Cristo
La Tradición Apostólica
Nosotros no hemos conocido la Economía de nuestra salvación,
sino por aquellos a través de los cuales el Evangelio ha llegado hasta nosotros:
ellos primero lo proclamaron,
después por voluntad de Dios nos lo transmitieron por escrito
para que fuese «columna y fundamento»de nuestra fe. (1 Tim 3,15)
Y no es justo afirmar que ellos predicaron
antes de tener «el conocimiento perfecto»
como algunos se atreven a decir gloriándose de corregir a los Apóstoles.
Pues una vez resucitado de entre los muertos
los revistió con la virtud del Espíritu Santo (Hech 1,5
que vino de lo alto (Lc 24,49);
ellos quedaron llenos de todo y recibieron «el perfecto conocimiento»
Luego partieron hasta los confines de la tierra
(Sal 19,5; Rom 10,18; Hech 1,-8
a fin de llevar como Buena Nueva todos los bienes que Dios nos da
(Is 52,7; Rom 10,15),
y para anunciar a todos los hombres la paz del cielo (Lc 2,13-14);
tenían todos y cada uno el Evangelio de Dios
(Rom 1,1; 15,16; 2 Cor 11,7; 1 Tes 2,2.8.9; 1 Pe 4,17).
Los evangelistas: su doctrina básica
Mateo, que predicó a los Hebreos en su propia lengua,
también puso por escrito el Evangelio,
cuando Pedro y Pablo evangelizaban y fundaban la Iglesia.
Una vez que éstos murieron,
Marcos, discípulo e intérprete de Pedro,
también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro.
Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro
«el Evangelio que éste predicaba» (1 Tes 2,9; Gál 2,2; 2 Tim 2-8 .
Por fin Juan, el discípulo del Señor
«que se había recostado sobre su pecho» (Jn 21,20; 13,23),
redactó el Evangelio cuando residía en Efeso .
Y todos ellos nos han transmitido
a un solo Dios Creador del cielo y de la tierra
anunciado por la Ley y los profetas, y a un solo Cristo Hijo de Dios .
Pero si alguien no está de acuerdo con ellos,
desprecia por cierto a quienes han tenido parte con el Señor (Heb 3,4),
desprecia al mismo Cristo Señor y aun al Padre (Lc 10,16),
y se condena a sí mismo (Tt 3,11),
porque resiste (2 Tim 2,25) a su salvación,
cosa que hacen todos los herejes.
Los herejes ante la Escritura y la Tradición
Porque al usar las Escrituras para argumentar,
la convierten en fiscal de las Escrituras mismas,
acusándolas o de no decir las cosas rectamente o de no tener autoridad,
y de narrar las cosas de diversos modos:
no se puede en ellas descubrir la verdad si no se conoce la Tradición.
Porque, según dicen, no se trasmitiría la verdad por ellas sino de viva voz,
por lo cual Pablo habría dicho:
«Hablamos de la sabiduría entre los perfectos,
sabiduría que no es de este mundo» (1 Cor 2,6) .
Y cada uno de ellos pretende que esta sabiduría es la que él ha encontrado,
es decir una ficción,
de modo que la verdad se hallaría dignamente unas veces en Valentín,
otras en Marción, otras en Cerinto,
finalmente estaría en Basílides o en quien disputa contra él,
que nada pudo decir de salvífico.
Pues cada uno de éstos está tan pervertido
que no se avergüenza de predicarse a sí mismo (2 Cor 4,5)
depravando la Regla de la Verdad.
Cuando nosotros los atacamos con la Tradición
que la Iglesia custodia a partir de los Apóstoles
por la sucesión de los presbíteros,
se ponen contra la Tradición diciendo que tienen no sólo presbíteros
sino también apóstoles más sabios que han encontrado la verdad sincera:
porque los Apóstoles segun dicen ellos
«habrían mezclado lo que pertenece a la Ley con las palabras del Salvador»;
y no solamente los Apóstoles,
sino «el mismo Señor habría predicado otras cosas, e
n cambio ellos conocerían «el misterio escondido» (Ef 3,9; Col 1,26),
indubitable, incontaminado y sincero:
esto no es sino blasfemar contra su Creador.
Y terminan por no estar de acuerdo ni con la Tradición ni con las Escrituras.
Contra ellos luchamos,
aunque ellos tratan de huir como serpientes resbaladizas.
Por eso es necesario resistirles por todos los medios,
por si acaso podemos atraer a algunos a convertirse a la verdad,
confundidos por la refutación .
Cierto, no es fácil apartar a un alma presa del error,
pero no es del todo imposible huir del error cuando se presenta la verdad.
Los sucesores de los Apóstoles
Para todos aquellos que quieran ver la verdad,
la Tradición de los Apóstoles ha sido manifestada al universo
en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos
que en la Iglesia han sido constituidos obispos
y sucesores de los Apóstoles hasta nosotros,
los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos deliran
Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido desde arriba
«misterios recónditos», en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos,
sobre todo los habrían confiado a aquellos
a quienes encargaban las Iglesias mismas.
Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores
fuesen en todo «perfectos e irreprochables» (1 Tim 3,2; Tt 1,6-7),
para encomendarles el magisterio en lugar suyo:
si obraban correctamente se seguiría grande utilidad,
pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad.
Sucesión de los obispos de Roma
Pero como sería demasiado largo enumerar
las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen,
indicaremos sobre todo las de las más antigua y de todos conocida,
la de la Iglesia fundada y constituida en Roma
por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo,
la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada»
(Rom 1,7-9
a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros.
Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro,
o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera
o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos.
Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia,
cuya fundación es la más garantizada -
me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-,
porque en ella todos los que se encuentran en todas partes
han conservado la Tradición apostólica .
Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los santos Apóstoles,
entregaron el servicio del episcopado a Lino:
a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo (2 Tim 4,21).
Anacleto lo sucedió.
Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles,
Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los santos Apóstoles
y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación
y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo,
porque aún vivían entonces muchos de los Apóstoles
que habían recibido la doctrina.
En tiempo de este mismo Clemente
suscitándose una disensión no pequeña
entre los hermanos que estaban en Corinto,
la Iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los Corintos,
para congregarlos en la paz y reparar su fe,
y para anunciarles la Tradición
que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles,
anunciándoles a un solo Dios Soberano universal,
Creador del Cielo y de la tierra (Gén 1,1),
Creador del hombre (Gén 2, 7),
que hizo venir el diluvio(Gén 6,17),
y llamó a Abraham (Gén 12,1),
que sacó al pueblo de la tierra de Egipto (Ex 3,10),
que habló con Moisés (Ex 3,4s),
que dispuso la Ley (Ex 20,1s),
que envió a los profetas (Is 6,8; Jer 1,7; Ez 2,3),
que preparó el fuego para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41).
La Iglesia anuncia a éste
como el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
a partir de la Escritura misma, para que, quienes quieran,
puedan aprender y entender la Tradición apostólica de la Iglesia,
ya que esta carta es más antigua que quienes ahora enseñan falsamente
y mienten sobre el Hacedor de todas las cosas que existen.
A Clemente sucedió Evaristo,
a Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles,
fue constituido Sixto.
En seguida Telésforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio;
siguió Higinio, después Pío, después Aniceto.
Habiendo Sotero sucedido a Aniceto,
en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los Apóstoles.
Por este orden y sucesión ha llegado hasta nosotros la Tradición
que inició de los Apóstoles.
Y esto muestra plenamente que la única y misma fe vivificadora
que viene de los Apóstoles ha sido conservada y transmitida
en la Iglesia hasta hoy.
Policarpo, obispo de Esmirna
Policarpo no sólo fue educado por los Apóstoles
y trató con muchos de aquellos que vieron a nuestro Señor,
sino también por los Apóstoles en Asia
fue constituido obispo de la Iglesia en Esmirna;
a él lo vimos en nuestra edad primera, mucho tiempo vivió,
y ya muy viejo, sufriendo el martirio de modo muy noble y glorioso,
salió de esta vida.
Enseñó siempre lo que había aprendido de los Apóstoles,
lo mismo que transmite la Iglesia, las únicas cosas verdaderas.
De esto dan testimonio todas las iglesias del Asia
y los sucesores de Policarpo hasta el día de hoy.
Este hombre tiene mucha mayor autoridad
y es más fiel testigo de la verdad que Valentín, Marción
y todos los demás que sostienen doctrinas perversas.
Este obispo viajó a Roma cuando la presidía Aniceto,
y convirtió a la Iglesia de Dios
a muchos de los herejes de los que hemos hablado,
anunciando la sola y única verdad recibida de los Apóstoles
que la Iglesia ha transmitido.
Algunos le oyeron contar que Juan, el discípulo del Señor,
habiendo ido a los baños en Efeso,
divisó en el interior a Cerinto.
Entonces prefirió salir sin haberse bañado, diciendo:
«Vayámonos, no se vayan a venir abajo los baños,
porque está adentro Cerinto, el enemigo de la verdad».
Y del mismo Policarpo se dice que una vez se encontró a Marción,
y éste le dijo: «¿Me conoces?»
El le respondió: «Te conozco, primogénito de Satanás».
Es que los Apóstoles y sus discípulos tenían tal reverencia,
que no querían dirigir ni siquiera una mínima palabra
a aquellos que adulteran la verdad, como dice San Pablo:
«Después de una o dos advertencias, evita al hereje,
viendo que él mismo se condena y peca sosteniendo una mala doctrina»
(Tt 3,10-11).
También existe una muy valiosa Carta de Policarpo a los Filipenses,
en la cual pueden aprender los detalles de su fe
y el anuncio de la verdad quienes quieran preocuparse de su salvación
y saber sobre ella.
Finalmente la Iglesia de Efeso, que Pablo fundó
y en la cual Juan permaneció hasta el tiempo del emperador Trajano,
es también testigo de la Tradición apostólica verdadera.
La universal Regla de la Verdad
Siendo, pues, tantos los testimonios, y
a no es preciso buscar en otros la verdad
que tan fácil es recibir de la Iglesia,
ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en un rico almacén,
todo lo referente a la verdad, a fin de que
«cuantos lo quieran saquen de ella el agua de la vida» (Ap 22,17).
Esta es la entrada a la vida.
«Todos los demás son ladrones y bandidos» (Jn 10,1.8-9).
Por eso es necesario evitarlos,
y en cambio amar con todo afecto cuanto pertenece a la Iglesia
y mantener la Tradición de la verdad.
Entonces, si se halla alguna divergencia aun en alguna cosa mínima,
¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas,
en las cuales los Apóstoles vivieron,
a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión,
lo que es más claro y seguro?
Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos,
¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición
que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias?
Muchos pueblos bárbaros dan su asentimiento a esta ordenación,
y creen en Cristo, sin papel ni tinta (2 Jn 12)
en su corazón tienen escrita la salvación por el Espíritu Santo (2 Cor 3,3),
los cuales con cuidado guardan la vieja Tradición,
creyendo en un solo Dios Creador del cielo y de la tierra
y de todo cuanto se encuentra en ellos
(Ex 20,11; Sal 145,6; Hech 4,24; 14,15),
y en Jesucristo su Hijo, el cual, movido por su eminentísimo amor
por la obra que creò (Ef 3,19),
se sometió a ser concebido de una Virgen,
uniendo en sí mismo al hombre y a Dios.
Sufrió bajo Poncio Pilato, resucitó y fue recibido en la luz (1 Tim 3,16).
De nuevo vendrá en la gloria (Mt 16,27; 24,30; 25,31)
como Salvador de todos los que se salvan
y como Juez de los que son juzgados,
para enviar al fuego eterno (Mt 25,41)
a quienes desfiguran su verdad y desprecian a su Padre y su venida.
Cuantos sin letras creyeron en esta fe,
son bárbaros según nuestro modo de hablar;
pero en cuanto a su juicio, costumbres y modo de vivir,
son por la fe sapientísimos y agradan a Dios,
al vivir con toda justicia, castidad y sabiduría.
Si alguien se atreviese a predicarles lo que los herejes han inventado,
hablándoles en su propia lengua,
ellos de inmediato cerrarían los oídos y huirían muy lejos,
pues ni siquiera se atreverían a oír la predicación blasfema.
De este modo, debido a la antigua Tradición apostólica,
ni siquiera les viene en mente admitir razonamientos tan monstruosos.
El hecho es que, entre ellos (los herejes)
no se encuentra ni iglesia ni doctrina instituida.
Hace poco se han separado los herejes
Porque antes de Valentín no hubo valentinianos,
ni antes de Marción marcionitas.
No existían en absoluto las demás doctrinas perversas
que arriba describimos, antes de que sus iniciadores
inventaran tales perversidades.
Pues Valentín vino a Roma durante Higinio,
se desarrolló en el tiempo de Pío y permaneció ahí hasta Aniceto.
Cerdón, antecesor de Marción, fue a Roma con frecuencia
cuando Higinio era el octavo obispo de la ciudad,
hacía penitencia pública, pero al fin acababa del mismo modo:
unas veces enseñaba en privado, otras veces se arrepentía,
hasta que finalmente, habiéndole refutado algunos
las cosas erróneas que predicaba,
acabó enteramente alejado de la comunidad de los creyentes.
Marción, su sucesor, destacó en tiempo de Aniceto, el décimo obispo.
Los demás gnósticos, como ya expusimos,
sacaron sus principios de Menandro, discípulo de Simón.
Cada uno de ellos primero recibió una enseñanza,
luego se convirtió en su padre y jefe de grupo.
Todos éstos se levantaron en su apostasía contra la Iglesia,
mucho tiempo después haber sido constituida
Escrito por San Irineo de Lion
Año 190 despues de Cristo